Quizá parezca una obra cercana a la ñoñería o simplista, pero es una de las piezas que más me llegó de las vueltas por Lisboa. Sencilla, delicada y amable. Cinco niñas jugando despreocupadas por entre las ventanas de una casa deshabitada, felices en ese momento de exploración infantil fuera de la vista de los adultos. El juego solo por el placer del juego, como pueden jugar los gatetes de una camada mientras la madre descansa apartada.
Me recuerda que ya no veo niñas y niños jugando solos por las calles de las ciudades, me recuerda que ya no juegan, solo desarrollan skills para ser futuros entrepeneurs, me recuerda que los parques infantiles tienen vallas y suelos mullidos, me recuerda que el juego infantil es una exploración de los límites y les estamos poniendo suelos en los que rebotas como una pelota si te tiras de cabeza.
Me recuerda que todo esto empezó como un juego, el graffiti comenzó con los crios dibujando con tiza, con los niños de los barrios deprimidos del New York en bancarrota robando los botes de pintura de coche, firmando a lo largo de su línea del metro, un juego de exploración, pandillas y ego que dejaban casi todos al llegar a los 18, por el tema legal, ya saben.
Y con el juego también llegó la difusión del graffiti, cuando Martha Cooper que fotografiaba por aquellos años los juegos callejeros de los crios del Lower East Side, se encontró con un niño, Edwin, que la llevó a Dondi y a partir de ahí empezó a documentar la escena, luego llegó Subway Art y aquí estamos. Marty sigue en ello, mítica.
Que no se nos olvide que todo al final es un juego, aunque para sobrevivir tengamos que disimular. Estas son las fotos de una intervención encantadora y con muchos más niveles de lectura de los que parece. Ernest Zacharevic en Lisboa, rua da Manuntençao, difruten, como niñas a su aire:
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Nos vemos por las ruas!
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